miércoles, 18 de julio de 2012

ENTRE QUÉ GENTES ESTAMOS (EN HONOR A MI ADMIRADO DON MARIANO JOSÉ DE LARRA)


Suelo observar mucho a las personas cuando camino, paseo o simplemente me encuentro en lugares públicos. Me divierte escudriñar el comportamiento de los demás porque me ayuda a entender cómo somos las personas y en definitiva me ayuda a conocerme a mí mismo, unas veces por comparación y otras por eliminación.  De toda observación se derivan, de manera inevitable, conclusiones personales y no hace falta para ello ser un sabio, sólo debe importarnos llegar al fondo de las cosas. Yo he llegado hoy a una conclusión que me ha sorprendido por lo antigua y manida que está; que la educación es rara como un animal en peligro de extinción.  
Hoy entré a uno de esos establecimientos denominados “chinos” a comprar unas chucherías para endulzar mis pensamientos. Hallábame en el mostrador de la tienda esperando mi turno para pagar y no pude dejar de escuchar el desprecio y el desaire con que dos chicas de no más de quince años hablaban a la señora  oriental que regenta el negocio.
-Te he dicho que cuánto vale todo esto– con voz desafinada, impropia, inoportuna y molesta.
- Do co diel – dice la china con su pronunciación imperfecta (pero seguramente menos imperfecta que mi pronunciación de dos euros con diez en chino).
-¿Qué ha dicho acha? – Le dice una joven a la otra, ambas mirándose con cara de tontas (lo que sin duda son).
Como no había manera de llegar a un entendimiento, más por la estupidez y la ausencia de modales de las chicas que por el mal español de la china, le dan un billete de cinco euros que parecía llevaba cincuenta años dentro de los pantalones por lo arrugado que estaba (estuve a punto de preguntarle¿ de dónde has sacado ese billete, de un terremoto?), cogen el cambio, la mercancía insulsa y se largan del local sin decir ni adiós, ni gracias ni ya nos vemos ni hasta pronto, como si en aquel establecimiento no hubiese  personas, unas chinas y otras españolas (refiriéndome a mí mismo) pero personas al fin y al cabo.  Una vez ausentes las molestas adolescentes pongo mi bolsa de pipas sobre el mostrador, miro a los ojos a la señora, ojos no muy alegres por cierto, y me dice un eulo, se lo doy, la vuelvo a mirar, ella me mira, le digo gracias, hasta luego, ella responde, hata lugo y me marcho también de la tienda sabiendo que soy cien veces más persona que esas dos chicas estúpidas a las que nadie ha enseñado modales, más persona que los cientos de tontos moteros que inundan las calles y las llenan de ruidos con sus tubos de escape apestosos, más persona que los marranos compatriotas que sintiéndose tan españoles y de la tierra se creen libres de tirar papeles al suelo sin pudor alguno,  más persona  que todos aquellos  que tratan al fin y al cabo con desprecio a  alguien  sólo porque es diferente, de distinto origen o sólo porque nos vende algo y no pronuncia muy bien nuestro idioma sin pararse a pensar (qué bello verbo y qué poco usado, pensar) que en otro momento histórico no muy lejano ellos podrían estar en otro país, tratando amargamente de subsistir de cualquier modo, teniendo que soportar el maltrato y la indiferencia de los que en esencia son absolutamente iguales que nosotros. Ya hablaré más adelante de la diferencia entre los términos ser humano, individuo y persona, términos similares pero distintos pero hoy acabará mi meditación acompañada de un consejo que todos debemos compartir con nuestros amigos y allegados: miremos siempre detrás de la superficie, lleguemos hasta la persona que hay detrás de cualquier desconocido, regalemos una sonrisa y un poco de respeto al más humilde de los vendedores porque al finalizar la jornada regresaremos a casa sintiéndonos más humanos y haremos el mundo un poco más justo. Todos somos iguales y TODOS tenemos el derecho de ganarnos la vida como mejor podamos sin perjudicar a los demás.  El valor de las personas no está en lo que tienen, ni en lo que venden, ni en su idioma ni en la ropa que llevan ni en el lugar en que duermen, el valor de las personas es esencial, inherente, es innato y todo aquel que no sepa apreciarlo, simplemente está por debajo.